viernes, 10 de octubre de 2008

C U E N T O

L A V E R E D A

En mi barrio, por las noches, estacionamos los autos sobre la vereda. Es una costumbre, y la tenemos todos los que no guardamos el auto en un garaje. Supongo que es por la sensación de seguridad que nos da dormir con el auto estacionado cerca de nuestras casas. Pero la verdad es que podrían robarlo o romperle un vidrio de cualquier forma, estando sobre la vereda o sobre la calle. Yo vivo en un PH de cuatro departamentos, el mío es el que está al frente, es decir, que tengo toda la vereda para mí. Los otros tres departamentos se encuentran detrás del mío, y se accede a ellos a través de un pasillo oscuro. El mío, tiene entrada independiente. Mis dos ventanas, la del comedor y la del cuarto, dan a la calle, y hay una bajada de cordón justo delante de la ventana del comedor, se ve que lo que ahora es mi comedor, fue el garaje de la construcción anterior. Así que todo estaba perfecto para que yo dejara mi auto sobre la vereda. Además, los otros tres propietarios eran mujeres y ninguna de ellas tenía coche. Pero la felicidad es breve. Un día, la del departamento 4 trajo un novio. Que sí tenía auto. (Su anterior novio andaba en bicicleta y el anterior a ése andaba a pie.) Este nuevo novio tenía un cacharro del año 85 y lo primero que hizo al instalarse en el departamento de su novia, fue subirlo a la vereda. A mi vereda. Delante de mi ventana. La novedad no me agradaba pero, ¿qué podía hacer? Según la Ley de Tránsito de la Ciudad de Buenos Aires, ni él, ni yo, ni nadie puede dejar su auto sobre la vereda. Así que, en este caso, ambos teníamos el mismo derecho a violar la Ley. Aunque yo un poco más, supongo, porque, como dije, todo el frente era mío. Pero, en fin, casi sin hablarnos, llegamos a un acuerdo tácito: el que primero llegara estacionaba su auto sobre la vereda. Convivimos un tiempo con este arreglo, hasta que alguien lo violó: fui yo. La verdad es que él siempre llegaba antes y yo me las tenía que arreglar para estacionar por ahí, lejos de mi casa, o sobre la vereda de un vecino que, aunque no tuviera auto, un día me pidió que no le dejase más el mío sobre su vereda. Así que hoy, al llegar a casa y ver su catramina delante de mi ventana, no aguanté más y le toqué el timbre. Se ve que dormía, porque tardó en atender.
-¿Quién es? – preguntó por el portero con vos de sueño.
-Soy yo, tu vecino del primero.
-¿Qué pasa?
-Quiero que saques tu auto de mi vereda.
-Son las doce de la noche…
-Ya sé qué hora es, pero no encuentro lugar para estacionar e históricamente este lugar es mío. Además, por ley, yo soy el responsable de todo lo que suceda en mi vereda. ¿Sabías que, por ejemplo, si a tu auto le cayera un meteorito encima, yo me tendría que hacer cargo del arreglo, porque está en mi vereda? - este argumento lo inventé yo, pero sonaba bien-.
-Bueno-me dijo- tratá de arreglarte ahora y mañana hablamos…no creo que vaya a caer un meteorito justo esta noche.
¡Encima me cargaba! Me dieron ganas de estrangularlo. Pude visualizar le escena completa: él, tendido de espaldas sobre la vereda, su cabeza contra el piso, al lado de la rueda delantera de su cacharro. Yo, arrodillado sobre él, con todo el peso de mi cuerpo sobre el suyo, inmovilizándolo, mis manos apretándole el cuello con toda mi fuerza. Su mirada buscando la mía, implorándome que dejara pasar un poco de aire hacia sus pulmones, sólo un poco, lo suficiente para resistir unos instantes más, para aferrarse a ese hilo de vida que aún le quedaba. Yo desviaba la mirada y terminaba mi tarea. –Aprendan ustedes- les decía, levantándome, a los vecinos que habían sido testigos de la escena-lo mismo le va a pasar a cualquiera que estacione sobre mi vereda- y me retiraba triunfador…
-Bueno, está bien – le dije-mañana hablamos.
Estacioné donde pude y me vine a dormir.
Es en estos casos cuando tengo ganas de tener un Luca Brassi al lado, como en El Padrino 1, alguien enorme; con cara de malo, que permanezca detrás de mí sin hablar, que su sola presencia intimide y sea yo, el Jefe, el que hable. Y yo hablaría con una voz pausada, serena y grave. Una voz moldeada por el bourbon y el humo de los puros. Y con esa voz, le diría al novio de mi vecina lo inconveniente que es tener de enemigo a alguien como yo. O, mejor aún, le diría que piense un precio. Un precio por la vereda. Como en El Padrino 2. Tenés hasta mañana para pensar un precio.
Pero la realidad no es como las películas. Yo estoy solo y mi voz es aguda y metálica. Ante el menor contratiempo empieza a temblar y a titubear. Hasta un sordo se daría cuenta de que estoy nervioso. ¿Bourbon y habanos? Yo aún tomo leche Cindor y el humo de un sahumerio ya me marea. Y si tuviera el dinero para pagarle lo que él me pidiese por la vereda, guardaría el auto en un garaje y evitaría todo este problema. Evitaría esta noche de insomnio que estoy pasando. Deseando que la mañana nunca llegue. Deseando que, en la mañana, nadie me toque el timbre.

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