viernes, 12 de septiembre de 2008

CUENTO

Sé que no debería hacerlo

Sé que no debería hacerlo, pero igual lo hago. No es que haya ido expresamente, me queda de paso. Podría tomar un café con ella y hacer tiempo hasta que abra el banco. A las nueve de la mañana mamá suele estar despierta, y si no lo está no importa; aunque me haya ido hace más de diez años todavía tengo las llaves de la casa. Así que podría entrar, preparar café, tostadas y cuando despierte mamá la recibiría con desayuno y diarios. Le va a encantar, aunque me va a recriminar que gaste tanta plata en diarios. ¿Para qué comprar tres o cuatro diarios si con uno alcanza?- me va a decir- o ninguno, si en la tele te dicen todo. También me va a retar porque hace más de una semana que no voy. Podrías haber venido, aunque sea a traer la ropa sucia y yo te la lavo, total, ¿qué me cuesta? ¿Vas a quedarte a comer?- me diría a las nueve de la mañana. ¿Y la nena? Hace como un mes que no la veo. Por suerte le saqué esa foto que está ahí, sino tendría esa foto me habría olvidado de su cara.
-Si no tuviera esa foto…- le diría yo.
-Ahora corregís a tu madre- me diría. Te olvidás que soy extranjera, que tuve que aprender un idioma nuevo, y así y todo fui abanderada en cuarto grado. La maestra ponía mis redacciones como ejemplo.
-Viniste de Italia a los dos años, mamá.
- ¿Y qué? Los primeros años son los más importantes en la formación de una persona, dijeron el otro día en la tele. ¿Ves como aprende tu madre aunque no lea cuatro diarios como vos?- me diría. Y ya que estás, decime: ¿de qué te sirve leer cuatro diarios por día? ¿O todos esos libros que te leíste? O cuando te fuiste a Brasil para escribir un libro, ¿te acordás?
-Vos te encargás de recordármelo cada vez que te veo- le diría.
-Lo único que escribiste fue un telegrama pidiéndonos plata para poder volver. ¡Ja, mi hijo escritor! Pensaba yo, orgullosa… Después volviste, te casaste, tuviste a la nena, te separaste. ¿Vas a quedarte a comer?
-Bueno mamá, pero ahora volví a escribir- le diría yo.
-Qué bueno…a los cuarenta años. ¿Y sobre qué vas a escribir?- me preguntaría.
Si le contestase la verdad (quiero escribir sobre cómo da la luz del sol sobre los autos abandonados) ella lo tomaría como una provocación. Así que le diría:
-Voy a escribir sobre lo loca que estás, ¿Qué te parece eso?
Ella se quedaría mirándome con la boca abierta y la taza de café humeándole la cara.
-Sí, creo que podría escribir una enciclopedia entera sobre vos. Sobre cómo enloqueciste a papá. Sobre cómo criaste a tres lunáticos. Sobre lo feliz que te pone el fracaso ajeno. Sobre cómo te gusta victimizarte. Sobre cómo detrás de tu apariencia genuflexa y servil se esconde el egoísmo más grande que alguien pueda imaginar…
-Dejá de martirizarme- me diría-. ¿Vas a quedarte a comer?

Sé que no debería hacerlo, pero igual lo hago. Busco las llaves, abro la puerta y entro a la casa de mamá. Son las nueve de la mañana y ella duerme como un ángel.


jueves, 4 de septiembre de 2008

CUENTO

SUCIO


Ese día amanecí completamente enfermo. El dolor en el estómago era tan intenso que apenas podía mantenerme en pie. Y por momentos el dolor se agudizaba, y era como si me clavaran puñaladas, pero desde adentro del estómago. Me vestí como pude y tambaleándome llegué al ascensor. Salí despedido hacia la calle en busca de un taxi. Cuando, por fin subí a uno, fue como si encontrara agua en el desierto.
-¿Adónde vamos, maestro?- me preguntó el chofer mirándome por el espejo retrovisor.
-Al hospital más cercano, por favor… -le dije.
El auto arrancó. Viéndolas a través de la ventanilla del taxi, las calles se extendían hacia el horizonte como heridas abiertas. Y las personas, los autos, las motos que pululaban por ahí me parecían gérmenes y bacterias rapiñando lo último que quedara de alimento en el cuerpo sucio, putrefacto y enfermo en que se había convertido esta ciudad.
-¿Se siente mal?- preguntó el taxista, sin dejar de mirarme por el espejito.
-Siento como si tuviera una bala de cañón en el estómago- le dije.
-Eso es de Fitzgerald-me dijo.
Lo odié. Odié su taxi. Odié su cara reflejada en el espejo. Odié la radio que escuchaba. Odié el sucio asiento donde estaba sentado y la sucia franela que tenía sobre sus piernas. Odié que me llame maestro.
-¿"Qué va a conocer a Fitzgerald este infeliz”? o “A este salame le digo cualquier cosa…total yo sigo pensando en mis cositas de gran señor..” Debe haber pensado Usted… ¿no maestro?- me dijo- Dígame una cosa: usted se cree mejor que yo, ¿no?
-¿Por qué me dice eso?- le dije.
-Porque yo conozco a la gente como usted – me dijo. A usted lo reconocí apenas se subió al taxi, es más, diría que lo reconocí antes que subiera al taxi, por la forma en que estaba parado, por la forma en que extendió su brazo cuando me paró, con indiferencia, como si no le importara… ahí ya me di cuenta la clase de persona que usted es. Usted es de los que se creen artistas. Seguro que leyó dos novelitas y pensó: ”Yo también puedo hacerlo” pero resulta que usted no escribe. Usted no pinta. Usted no hace nada. Ni siquiera tiene el coraje de mirarse al espejo y ver qué es lo que ve. ¡Y encima cita a Fitzgerald! ¿Por qué no se deja de engañar a la gente y se busca un trabajo? Llegamos. Ni se le ocurra querer pagarme. Váyase y hágase atender, que ya me arruinó el día.
Me escapé del chiflado ése y me zambullí en el hospital en busca de la Guardia.
Me atendió una enfermera, oscura y obesa, vestía un ambo celeste, sucio y raído.
-¿Qué le anda pasando? – me preguntó.
-Siento como si tuviera un bala de cañón en el estómago- le dije.
-Eso es de Fitzgerald- me dijo.

.........................................................................................................................................................................

in english

HOMEWORK

In the evening, I was a witness of the sun’s death. I was worried because the fussy moon accused me of his murder. In the night, when all was darkness The Court Judgmental gave his verdict: I was guilty of attempted murder, in damage of the sun, aggravated for the consequences that my action could bring to the all of planet earth. And I was condemned to death for boredom watching TV shows twenty four hours a day.

Of our love, only crumbs remain. I was like a sponge absorbent of her pain and her anguish and her strange imagery full of empty rooms and dark evenings. Sometimes I looked like a train wreck, and I acted with her, like a hypocritical gentleman, opening doors and lighting her cigarette like a helpful clown. She was an Egyptian Queen sucking her cigarette and looking at the skyline, thinking about who knows what…

PLAYA

P L A Y A


Nos quedamos mirando el mar. Sentados sobre la arena tibia. Veíamos el mar y a la gente desperdigada a nuestro alrededor contemplando el mar en silencio. Como si todos nos hubiésemos puesto de acuerdo y hubiéramos decidido reemplazar cualquier conversación por el murmullo de las olas. El sol poniéndose a nuestras espaldas nos bañaba con una luz cálida y proyectaba sobre la arena seca las sombras de nuestros cuerpos como lúgubres espectros que gradualmente se agrandaban en dirección hacia la orilla. Pronto oscurecería y las sombras lo cubrirían todo. Nos iríamos a cenar y después a caminar por el centro. Y más tarde a descansar, esperando el sol de la mañana y un nuevo día de playa. Fue la voz de un chico la que nos despabiló y nos trajo de nuevo a la realidad, interrumpiendo el ensueño.
-Papá, papá, ¡el sol está siempre igual!
Los adultos que estábamos cerca nos miramos y sonreímos por la ocurrencia. Continuamos mirando el mar, despreocupados.
-De verdad pa, hace cinco minutos que está en el mismo lugar, no baja.
Después de unos minutos de incredulidad, comenzamos a mirar nuestros relojes y medir las distancias de nuestras sombras. Nos dimos cuenta que el chico tenía razón: hacía aproximadamente media hora que el sol estaba en el mismo lugar.
Aquellos que estaban más alejados se fueron acercando entre sí, formando pequeños grupos que repetían, con ligeras variantes, el mismo procedimiento: mirar la hora, medir las sombras, mirar al sol.
-Acá pasa algo muy extraño- dijo alguien de nosotros.
-Llamemos a Emergencias a ver que dicen-propuso otro.
-Mi celular no tiene señal -dijo una chica- hace una hora que quiero mandar un mensaje y no puedo.
-A mi me pasa lo mismo-dijo un muchacho.
-Y a mí.-dijo otro
-Bueno, los celulares no tienen señal… ¿Y la radio qué dice?- preguntó el que quería llamar a emergencias.
-Hace media hora que en todas las estaciones solamente pasan música.-dijo un señor que tenía un
Mp3 y trataba de sintonizar algo cambiándolo de posición cada tanto.
-¿Qué vamos a hacer?
Nos quedamos mirando el mar. Había pasado más de una hora desde que el sol se quedó clavado en el cielo como un botón de nácar. El ritmo de las olas fue cada vez más lento hasta que se detuvo por completo. El mar se quedó quieto y silencioso como un espejo.
-Voy a rezar- dijo una señora mayor, separándose un poco de nosotros- ¿alguien me acompaña?-Dos o tres la siguieron.
Cuando se detuvo el viento, el silencio lo envolvió todo. Y sólo se interrumpió cuando sonó la suave voz de la señora rezando: ”Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra…”

A las doce de la noche todo seguía igual. El sol suspendido sobre el horizonte, el mar planchado como una laguna enferma, el aire inmóvil. La playa, de a poco, se pobló de gente que venía de los edificios del centro y de los chalets más alejados, a ver qué pasaba. Decían lo que todos sabíamos: no hay radio, no hay televisión, no hay teléfono. Traían comida y agua que nadie tocó. Y ahí nos dimos cuenta de otra cosa: en todas estas horas nadie de nosotros había comido ni bebido nada, nadie había ido al baño. No teníamos hambre, ni sed, ni sueño, como si los procesos naturales de nuestros cuerpos se hubieran suspendido también. Nos quedamos toda la noche deambulando por la playa como zombis asustados.

Cerca de las siete de la mañana una suave brisa nos sorprendió a todos. Como si hubiesen pasado años desde que sentimos el viento por última vez, nos miramos entre nosotros incrédulos y sonrientes.
-¡El mar!- gritó el chico. – ¡El mar se mueve!
Lentamente el mar fue recuperando su ritmo normal y el ruido del viento y de las olas sonó para nosotros como música celestial.
-¡El sol!- gritó el chico desaforado.
Nos quedamos unos instantes mirando esa bola de fuego que se había quedado toda la noche quieta como un agujero en el cielo.
-¡El sol está subiendo!- gritó el chico- ¡El sol está subiendo!
Era verdad. El sol había comenzado a subir. Nosotros teníamos hambre. Y sed. Comimos y bebimos. Nunca nos pareció tan rica la comida.


OBRA LITERARIA

M E M O


Todavía temblábamos cuando me salí de ella y me dejé caer a su lado. Nos quedamos los dos respirando y mirando el techo.
-A veces siento que te abrazo demasiado fuerte, perdoname – le dije
-No me molesta- dijo ella.
-Sepa disculpar las molestias, estamos trabajando para mejorar su atención- le dije.
-Tonto…- me dijo dedicándome una sonrisa que iluminó todo el cuarto.
Utilizar el lenguaje laboral era uno de nuestros pasatiempos favoritos, así había empezado nuestra relación, cuando las miradas a través del vidrio que separaba su escritorio del mío se hicieron más que evidentes, le mandé el siguiente memo:

Para:

María Morales
De:
Gerardo Durán- Gerente de Ventas
Asunto:
Reunión
En el área externa de ventas, situada en el bar de la esquina, se llevará a cabo una reunión extraordinaria el día 22 de Abril del 2007 a las 19:30 hs. En dicha reunión se discutirán los temas referentes al incremento de interés que su persona ha despertado en el firmante durante el último trimestre.
Es muy importante contar con su presencia.
Saludos a UD.
Atentamente
Gerardo Duran
Gerente Ventas

La verdad es que no esperaba que viniese. Mejor dicho: me daba igual que viniese o no.Pero vino. Y así comenzamos a vernos. Nos empezamos a encontrar una vez por semana, a la salida del trabajo, pasábamos unas horas juntos y después cada uno a su casa, de vuelta a nuestras familias.
-Si tuvieses que elegir un defecto, ¿cuál elegirías: hablar con la zeta o hablar arrastrando las erres?-me preguntó un día.
- Depende-le contesté tratando de ganar tiempo para elaborar una respuesta que estuviera a la altura de la originalidad de la pregunta.
-¿Depende de qué?-me dijo.
-Depende de donde viviera-le dije-. Si viviese en España elegiría hablar con la zeta. En cambio, si estuviese en Francia, elegiría arrastrar las erres. De esta forma, podría camuflar un poco mi defecto.
Nos quedábamos los dos mirando el ventilador de techo y oyendo nuestras respiraciones. Y así pasábamos los días, sin esperar nada el uno del otro. Sin pedirnos nada ni reclamarnos nada. Si alguno de los dos no podía ir a alguno de nuestros encuentros, avisaba y listo:

Para:

Gerardo Durán- Gerente de Ventas
De:
Marìa Morales
Asunto:
Reunión suspendida.
Por la presente, cumplo en informarle que la reunión extraordinaria programada para el día de la fecha en el área externa de ventas, situada en el bar de la esquina, deberá ser suspendida debido a que la firmante se encuentra atravesando un proceso fisiológico que le impide hacer acto de presencia y le resta la disponibilidad que dicha reunión amerita.
Asimismo solicito a UD tenga a bien programar una nueva reunión que bien podría ser dentro de siete días en el lugar antes mencionado.
Saludos a UD.
Atentamente
María Morales.


Esto era lo que más me gustaba: No puedo ir porque estoy indispuesta. Dejaba en claro el único objetivo, o el más importante, de nuestros encuentros. Nada de podríamos tomar un café y charlar o tenemos que hablar, o algo así. Supongo que en su casa diría que estaba haciendo un curso de yoga o reiki, nunca me molesté en preguntarle.
-¿Naciste por parto natural o por cesárea? – me preguntó ella otro día.
-Por parto natural- le contesté.
-Ay…qué lindo-me dijo arrullándose a mi lado.
- ¿Qué tiene de lindo?- le pregunté.
-No sé… me gusta que hayas nacido por parto natural- me dijo.
- ¿Y si hubiese nacido por cesárea…?-le dije
-Supongo que te dejaría…-me dijo.
Comencé a vestirme pensando en el médico que atendió a mi madre cuando yo nací. Era el médico de la familia, fue mi pediatra y también me atendió cuando tuve mi primera venérea. Venía a cenar a casa una vez por semana y de paso nos revisaba a todos. Mamá cocinaba especialmente para él. El llegaba, se comía todo, decía que estábamos perfectos y se iba. Después mis hermanos y yo nos dedicábamos a imitarlo. Nos auscultábamos con un vaso y repetíamos: es normal, es normal; que era su invariable respuesta ante cada duda que mamá le planteaba. Lo gracioso era que nosotros lo hacíamos sin dejar de comer. Nos llenábamos la boca con pan o con lo que sea y repetíamos: es normal, es normal… Unificando en el tiempo sus dos grandes rasgos (su gula y su muletilla) habíamos creado un nuevo ser, un médico que auscultaba a sus pacientes sin poder dejar de comer, que nos hacía atragantar de la risa.
-Ahora te reís solo- me trajo de vuelta al presente María.
-Es normal, es normal- le dije mientras le pasaba la mano por el pelo.