jueves, 4 de septiembre de 2008

PLAYA

P L A Y A


Nos quedamos mirando el mar. Sentados sobre la arena tibia. Veíamos el mar y a la gente desperdigada a nuestro alrededor contemplando el mar en silencio. Como si todos nos hubiésemos puesto de acuerdo y hubiéramos decidido reemplazar cualquier conversación por el murmullo de las olas. El sol poniéndose a nuestras espaldas nos bañaba con una luz cálida y proyectaba sobre la arena seca las sombras de nuestros cuerpos como lúgubres espectros que gradualmente se agrandaban en dirección hacia la orilla. Pronto oscurecería y las sombras lo cubrirían todo. Nos iríamos a cenar y después a caminar por el centro. Y más tarde a descansar, esperando el sol de la mañana y un nuevo día de playa. Fue la voz de un chico la que nos despabiló y nos trajo de nuevo a la realidad, interrumpiendo el ensueño.
-Papá, papá, ¡el sol está siempre igual!
Los adultos que estábamos cerca nos miramos y sonreímos por la ocurrencia. Continuamos mirando el mar, despreocupados.
-De verdad pa, hace cinco minutos que está en el mismo lugar, no baja.
Después de unos minutos de incredulidad, comenzamos a mirar nuestros relojes y medir las distancias de nuestras sombras. Nos dimos cuenta que el chico tenía razón: hacía aproximadamente media hora que el sol estaba en el mismo lugar.
Aquellos que estaban más alejados se fueron acercando entre sí, formando pequeños grupos que repetían, con ligeras variantes, el mismo procedimiento: mirar la hora, medir las sombras, mirar al sol.
-Acá pasa algo muy extraño- dijo alguien de nosotros.
-Llamemos a Emergencias a ver que dicen-propuso otro.
-Mi celular no tiene señal -dijo una chica- hace una hora que quiero mandar un mensaje y no puedo.
-A mi me pasa lo mismo-dijo un muchacho.
-Y a mí.-dijo otro
-Bueno, los celulares no tienen señal… ¿Y la radio qué dice?- preguntó el que quería llamar a emergencias.
-Hace media hora que en todas las estaciones solamente pasan música.-dijo un señor que tenía un
Mp3 y trataba de sintonizar algo cambiándolo de posición cada tanto.
-¿Qué vamos a hacer?
Nos quedamos mirando el mar. Había pasado más de una hora desde que el sol se quedó clavado en el cielo como un botón de nácar. El ritmo de las olas fue cada vez más lento hasta que se detuvo por completo. El mar se quedó quieto y silencioso como un espejo.
-Voy a rezar- dijo una señora mayor, separándose un poco de nosotros- ¿alguien me acompaña?-Dos o tres la siguieron.
Cuando se detuvo el viento, el silencio lo envolvió todo. Y sólo se interrumpió cuando sonó la suave voz de la señora rezando: ”Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra…”

A las doce de la noche todo seguía igual. El sol suspendido sobre el horizonte, el mar planchado como una laguna enferma, el aire inmóvil. La playa, de a poco, se pobló de gente que venía de los edificios del centro y de los chalets más alejados, a ver qué pasaba. Decían lo que todos sabíamos: no hay radio, no hay televisión, no hay teléfono. Traían comida y agua que nadie tocó. Y ahí nos dimos cuenta de otra cosa: en todas estas horas nadie de nosotros había comido ni bebido nada, nadie había ido al baño. No teníamos hambre, ni sed, ni sueño, como si los procesos naturales de nuestros cuerpos se hubieran suspendido también. Nos quedamos toda la noche deambulando por la playa como zombis asustados.

Cerca de las siete de la mañana una suave brisa nos sorprendió a todos. Como si hubiesen pasado años desde que sentimos el viento por última vez, nos miramos entre nosotros incrédulos y sonrientes.
-¡El mar!- gritó el chico. – ¡El mar se mueve!
Lentamente el mar fue recuperando su ritmo normal y el ruido del viento y de las olas sonó para nosotros como música celestial.
-¡El sol!- gritó el chico desaforado.
Nos quedamos unos instantes mirando esa bola de fuego que se había quedado toda la noche quieta como un agujero en el cielo.
-¡El sol está subiendo!- gritó el chico- ¡El sol está subiendo!
Era verdad. El sol había comenzado a subir. Nosotros teníamos hambre. Y sed. Comimos y bebimos. Nunca nos pareció tan rica la comida.


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